Jesucristo nos enseña a desenmascarar y vencer al enemigo
Que la penitencia a la que nos invita este tiempo de cuaresma nos ayude a consolidar la vida nueva que Jesucristo nos ofrece.
Por: Mons. Jorge Carlos Patrón Wong | Fuente: Semanario Alégrate
Como nuestros primeros padres, también el pueblo de Israel sucumbió a las tentaciones. A pesar de que en ambos casos contaban de manera privilegiada con la amistad y el favor de Dios, se dejaron seducir por la serpiente en el paraíso -en el primer caso-, y construyeron un becerro de oro -en el segundo caso-, dando la espalda, de esta manera, a la bondad e infinito amor de parte de Dios.
Como en el principio Adán y Eva, y como después el pueblo de Israel, seguimos expuestos a la seducción del maligno, a los engaños de la serpiente que, como dice el libro del Génesis, sigue siendo el más astuto de los animales del campo, aunque nuestra soberbia nos haga creernos más listos, más astutos, pervirtiendo de esta manera nuestro corazón y dejándonos indefensos a sus propósitos malignos.
Considerando la caída primordial, las infidelidades del pueblo de Israel y nuestras propias caídas, el evangelio genera esperanza al presentarnos la lucha de nuestro Señor Jesucristo que nos señala el camino para desenmascarar las trampas del enemigo, así como para rechazar sus engaños y seducciones.
Necesitamos, en primer lugar, ser humildes. Debemos reconocer nuestra situación delante de Dios para que aceptando nuestra propia debilidad y la necesidad fundamental que tenemos del Señor, no dejemos de luchar, especialmente cuidando nuestra vida de oración, intensificando momentos de intimidad para estar en la presencia de Dios.
Aunque nos creamos muy astutos, como la serpiente, no somos todopoderosos, no somos invencibles por nuestras propias fuerzas humanas. La serpiente sigue siendo el más astuto. Por lo tanto, tenemos que aceptar con humildad que solos no podemos y que, en esta lucha contra el mal, necesitamos de la gracia de Dios, como Jesús que entregado por completo a la oración, al recibir el Espíritu del Señor, rechazó las tentaciones del enemigo con la palabra de Dios.
La cuaresma viene a motivarnos para encontrarle el gusto a la vida de oración. No basta la disposición que tengamos y la buena fe que experimentamos en nuestro corazón. Tenemos que buscar cada vez más el diálogo con Dios, sustraernos de nuestra vida ordinaria para que cultivando la amistad con Dios seamos fortalecidos y reconozcamos con mayor claridad las trampas que arroja a nuestro paso el enemigo para hacernos caer. La cuaresma debe ser para nosotros una búsqueda de Dios, un querer ver a Jesús que nos infunde ánimo y confianza en la lucha contra las asechanzas del enemigo.
Dice san Juan Pablo II que: “Nuestra oración durante la cuaresma va dirigida a despertar la conciencia, a sensibilizarla a la voz de Dios. No endurezcan el corazón, dice el Salmista. En efecto, la muerte de la conciencia, su indiferencia en relación al bien y al mal, sus desviaciones son una gran amenaza para el hombre. Indirectamente son también una amenaza para la sociedad porque, en último término, de la conciencia humana depende el nivel de moralidad de la sociedad”.
En segundo lugar, tenemos que reconocer que la tentación, en definitiva, es el intento del maligno para llevar al hombre a renunciar a Dios y alejarse de él. Se trata de la máxima expresión del egoísmo, de la autosuficiencia del hombre: edificar la vida personal prescindiendo de los demás, construir la vida colectiva expulsando a Dios de la sociedad.
De esta forma el tentador provocó a Jesús para renunciar a Dios, olvidarse de su misión y construir su vida a su gusto y capricho. De hecho, el diablo se retiró en ese momento, como dice el evangelio, pero mantuvo este ataque a lo largo de la vida del Señor Jesús.
Las tentaciones de Jesús son las tentaciones que también nosotros enfrentamos en nuestra vida. Por lo que debemos imitar su actuación y tener presentes sus respuestas, a la hora de rechazar las ofertas del enemigo.
En la primera tentación, Jesús nos hace ver que alimentarse sólo de las cosas de la tierra no lleva a la felicidad. El hombre no se puede contentar con este alimento. Si viviera así, tendría siempre hambre insaciable. En la segunda tentación nos enseña que el hombre no está hecho para poner a Dios a prueba. Lo que importa es vivir en comunión con Él y confiando verdaderamente como hijos. Y, en la tercera tentación, reafirma que el hombre no está hecho para adorar a nadie que no sea Dios. El hombre se inclina ante Dios, a Él sólo debe servir. Cuando idolatra a los hombres y las glorias de este mundo queda expuesto a las injusticias y a que sea pisoteada su propia dignidad.
Así pues, la gran tentación del diablo es siempre la misma, la que ya puso a nuestros primeros padres en el paraíso: “serán como Dios”. En nuestro caso sabemos que la única forma de ser como Dios es imitar a Jesús de Nazaret, que se humilló y entregó su vida por la salvación de todos.
Que la penitencia a la que nos invita este tiempo de cuaresma nos ayude a consolidar la vida nueva que Jesucristo nos ofrece, la cual ya no está sujeta a las seducciones del enemigo y al yugo de la esclavitud del pecado. Con la penitencia nos ejercitaremos en la lucha contra el mal, para no negarle al Señor el triunfo de su santísimo amor en nuestro corazón.
